Olor a humo
Las tardes ya van siendo más cortas y con ellas va viniendo el frío, se nota que llega el invierno. Paseando por mi barrio me llegó un olor familiar. Ese olor que desprende la madera al arder. Todavía quedan algunas casas bajas que tienen estufas de leña.
Desde que mis padres se casaron, mi abuela Elisa pasaba con nosotros el invierno.
La fecha no estaba clara, eso sí, era pasada la festividad de Todos los Santos. Esto era lo que mi abuela hacia cada año.
Ella hacía sus preparativos y días antes de su viaje, se acercaba a la casa de “El Mirlo” y acordaba con él cuando podía venir a Madrid. Este era un vecino del pueblo, que hacía las veces de taxi y llevaba a la gente a Madrid, Cuenca u otros destinos. En aquella época, en la que no había autocares de línea que comunicara P. con grandes ciudades, era una gran ventaja, “El Mirlo“ hacía además el servicio de puerta a puerta.
Me acuerdo de esos días, pues una vez sabía que mi abuela venía, estos se convertían en algo muy especial para mí. Siendo un “mico” que no abultaba gran cosa, mi madre me abrigaba hasta las orejas y yo pasaba gran parte de la mañana en la terraza de mi casa, mirando con atención el principio de la cuesta, pues en algún momento iba a remontarla el coche que traería a mi abuela.
Una sonrisa se dibujaba en mi cara en cuando la veía descender, toda vestida de luto, con su maleta de piel negra y un jamón que cuidadosamente había comprado para las navidades, lo del jamón será otro recuerdo que ya contaré.
Echaba a correr para abrazarla, recuerdo con especial cariño su olor a humo (la ropa se impregna de él cuando uno esta cerca de la chimenea). Ese olor intenso que aún me la recuerda.