Pasadizos secretos

Había estado leyendo toda la tarde, primero tumbada en el sofá, mientras mi abuela hacía la siesta, mas tarde tirada en el suelo esperando a que llegase la hora de ir a jugar.

Aquellos libros eran fantásticos. Aquellos cuatro chicos tenían unas vacaciones llenas de emocionantes aventuras.

Esa misma tarde había subido a la cámara y muy lentamente había recorrido todas y cada una de sus paredes buscando algún indicio. En algún lugar, por muy oculto  que estuviera yo deseaba encontrar una puerta secreta. Una puerta que condujese a un pasillo secreto que me llevará lejos, o un pasadizo que condujese a una sala en la que yo encontrará algo valioso. Pero no hubo suerte. Un poco decepcionada bajé las escaleras, molesta por no haber encontrado nada. Pero pensando que algo tan importante no se encontraría tan fácilmente.

Al llegar al comedor , me dirigí a la cocina, segura de que lo que yo buscaba quizá tendría algo que ver con la chimenea. Sin pensármelo dos veces me puse de pie dentro y busque en todos los ángulos sin encontrar nada. Allí no había mas que hollín, ni pasadizos, ni cámaras secretas ni nada que se le pareciera.

Desanimada volví al libro, al fin y al cabo sus historias eran también mias y aunque la casa de mi abuela no tuviera nada tan interesante, siempre podía volver en otro momento a comenzar de nuevo la búsqueda.

Esos libros eran mi mundo y con cada uno de ellos yo vivía intensamente. No me daba por vencida y en varias ocasiones más, busqué de nuevo  las cámaras secretas, los pasadizos y los mapas que escondían un tesoro.

Así eran mis tardes de verano, llenas con algún libro que me llevaba muy lejos, que me hacía soñar con túneles ocultos y mapas dibujados con tinta invisible que debía descifrar antes de caer la tarde.